sábado, 20 de junio de 2009

A bad dream - Keane

Jueves ¿19? de abril, 2007
Panamericana Sur, cerca del Jockey Plaza

Un festín de luces rojas oscilantes llena el parabrisas. Los límites de la pista estan marcados por los altos postes de luces amarillas. Dos focos titilan, otro es de color blanco chillón.

No avanzábamos ni un carajo.

Es que también a esa hora la Panamericana Sur se convierte en el Pandemonio Sur. Y también hay que ver la hora en la que se le ocurre a mi padre alistarse y salir. Película con toda la promoción en Caminos (todavía no gano mi independencia de movilidad y no sé cómo tomar una combi hasta allá), cortesía de la profesora de World History, y voy a llegar lo suficientemente tarde para perderme el histórico "This is Sparta!" de Gerard Butler. Y con mi padre al volante, que emplea giros de más de 360º en cada movimiento del timón y disfruta de hacer comentarios que no hacen reír ni al caraculo de Krusty, se me iban a quitar las ganas al toque.

No tenía mi iPod. No lo traia cuando sabía que iría a ver una película en el cine. En la casa de alguien, para jugar póker, eso sí. Ahora suena mi disco de Keane, que lo gané en un concurso de canto y vencí a una niña. Prueba de que mi voz no ha desarrollado del todo y todavía soy susceptible a las burlas de los bacancitos de la promoción, que probablemente estarán buscando sentarse en los flancos laterales de mi butaca para tirarme canchita.

Un momento. ¿Por qué 'eme' mi padre tiene MI disco?

domingo, 24 de mayo de 2009

Just feel better - Santana feat. Steven Tyler

Miércoles 26 de julio, 2006
En algún lugar de la carretera Central, camino a Tarma.

Cae la noche, caen los minúsculos copos de nieve y reina el silencio en el Subaru Legacy de mi madre. Tengo el iPod prendido, y parece que me estoy perdiendo de esas prometidas y tan "activas" conversaciones familiares. Qué pena.

Aeroplane - Red Hot Chili Peppers

Miércoles 26 de julio, 2006
En Chaclacayo, camino a Tarma.

¿A dónde estábamos yendo? A algún lugar que yo definitivamente no disfrutaría, de eso estaba seguro. Siempre me repetía esa afirmación antes de y en camino a cualquier viaje familiar que hiciéramos en carro. Al final podía terminar divirtiéndome como nunca, pero no sé, nunca me gustó la idea esa de los viajes familiares.

jueves, 21 de mayo de 2009

Digits - Fan-3

Viernes 18 de noviembre, 2005
Llegó el iPod.

El día había comenzado normal. Me había levantado a las 6:30 de la mañana, tomé mi desayuno (en ese entonces mi desayuno era un vaso de yogurt de fresa y una dosis de Cipramil), me cambié y me puse a esperar a la movilidad, porque mi papá se había ido de viaje y mi mami estaba enferma, y no tenía quién me lleve. Pero justo hoy en la mañanita regresaba. A eso de las 7:00, hora en la cual la movilidad cumplía con su puntualidad, el taxi de mi papá había llegado. Yo me encontraba en el dilema de subirme a la movilidad rápidamente y decirle simplemente “hola” a mi papá, o saludar dramáticamente a mi papá con un gran abrazo y hacer esperar a los desesperados pasajeros de la movilidad. Curiosamente, ocurrió una mezcla de ambas: mi padre pidió a la movilidad que esperara y yo pude saludarlo como era debido. Pero eso no era todo, me trajo un regalo. Una caja forrada con papel transparente con el dibujito de una manzanita mordida que reconocí como el logo de Apple. Lo abrí mientras me decía que era el único iPod ideal que encontró (ideal = ni tan barato y monse ni tan caro). Era un iPod Mini de 2da generación de color celeste de 4 GB de memoria, y yo me emocioné tanto como cuando Pikachu le ganó a Raichu en un episodio de Pokémon. Mientras la señora Irma tocaba el claxon para que me apure y suba a la movilidad, mi papá me indicó que lo dejara en mi cuarto y que se descargue por completo, antes de comenzar a usarlo. Volando fui y lo dejé, y luego subí a la movilidad, con miradas acusadoras sobre mí, pero yo feliz.

Lo poco que recuerdo en el colegio fue presumirles a mis amigos que me acababan de comprar un iPod, directito de USA y jojojo, cáguense ustedes que no tienen.

De regreso a mi casa, al llegar salí de la movilidad disparado, toqué el timbre con frenesí y cuando me abrieron la puerta corrí, atravesé cualquier obstáculo producto del diseño arquitectónico de la casa, y llegué a mi cuarto en menos tiempo que el récord mundial de los cien metros planos, sólo para ver mi iPod. Ahí estaba. Mostrando, en blanco y negro, la última delgada línea de batería que le quedaba. Simultáneo a esperar que salga el mensajito “No battery power remains. Please connect iPod to power source”, prendí la computadora e instalé el software del CD que venía en el paquete. Instalé el iTunes, programa que se convertiría en el arma más poderosa de mi computadora. Cuando regresé a mi cuarto, la pantalla del aparato estaba apagada. Nunca me sentí tan exaltado de ver una pantalla apagada. Listo para ser usado, conecté el iPod. ¿Pero qué es lo esencial que necesita un iPod? Música. En ese entonces tenía, qué, unas 200 canciones nada más, y más de la mitad eran de mi hermano. Tenía un montón de CDs, eso sí. Primero rebusqué entre mi torre de discos, y encontré el soundtrack de Shark Tale (El Espantatiburones). Común de mí, no necesitaba ningún manual o ayuda para saber cómo importar las canciones del CD a la Biblioteca iTunes.

Ya lo tenía, tenía un iPod. Y tenía música en un iPod. Esto va a ser genial. Voy a recordar esto por siempre y nunca dejaré mi iPod. Dormiré con él, lo juro.

martes, 19 de mayo de 2009

My immortal - Evanescence

Domingo 9 de diciembre, 2007
Ensayo general "Ángeles con cara sucia", Teatro Trener 2007

¿Ensayo general? Armando lo dijo como si fuera un día de ensayo regular, de dos o tres horas, con un intermedio de tentempié para todos y de ahí más ensayo hasta que comiencen a llegar los padres. Oh, cierto, los detalles. El ensayo es de diez y media de la mañana hasta las nueve de la noche, con un break para comer pero no pueden pedir Bembos ni nada de eso, delivery, para que lo traigan acá, no, sino se traen su lonchera, su termo con garbanzos o qué sé yo pero no tenemos nada para calentarlo, ¿okey? Y traigan una botellita con agua o su Gatorade, lo que sea, para que no se mueran como acá mi querida Meme. Todo, todo, todo su vestuario, utilería, accesorios y eso lo traen todo acá que vamos a repasar todo desde comienzo a final. A las ocho, nueve, a partir de esa hora que vengan sus papás para que los recojan, etcétera, bla, bla, bla. Se cumplió la mayoría de lo pedido. Eso, y la siempre presente puntualidad de los pares del elenco. Qué asco de día para ensayar, además, con tal sol que nos hizo arrepentir del haber traído el clásico uniforme teatral negro y las gruesas piezas de vestuario.

La mitad del elenco esperaba las instrucciones de Machuca, a ver cómo nos organizaba. Nos dijo que tendríamos camerinos cada uno. Sonaba como la idea de un productor de Broadway, y nosotros éramos las bailarinas sensuales del segundo acto. Bastó juntar cinco bancas largas del patio, y trazar una línea imaginaria en ellas para determinar cuáles serían los camerinos de cada uno. Rápidamente, elegí el primero, el más cerca a la salida, así al cambiarme entre escena y escena, ganaría tiempo para preparar mi utilería. Qué inteligente. Chiara escogió el segundo. Saqué mi vestuario y lo dejé en la banca como indicó el profe, y el resto de utilería a la mesa grande en el otro lado del cuarto. Sentados, a mí y a Chiara nos pareció divisar una figura conocida, alguien genial, alguien que conocíamos pero no lo conocíamos. Cuando la silueta de Dusan Fung se nos acercó, nos exaltamos y, de no habernos controlado le hubiéramos conseguido su autógrafo. ¡Dusan me dio la mano! ¡Ja ja, a mi me dio un beso en el cachete! Luego dije algo de volverme mujer pero no me acuerdo bien qué fue.

Vamos a repasar lo técnico, decía Machuca, todas las entradas y salidas, a dónde van y por dónde se movilizan en el escenario para que se vea ordenadito. Cogió un rotafolio y papelógrafos y plumones y comenzó a garabatear de manera que entendiéramos su punto de vista. Entre garabateo y charloteo, llegaban Pepa, pintar los edificios y paredes de la escenografía con Dusan, y Manchi, para que ayude en producción. Ya estaban los garabatos listos, faltaba que lo entendamos y lo pongamos en práctica. A entenderlo bien de alguna forma, porque si no nos caía la regañada del siglo.

La primera pasada sería de corrido y sin interrupciones, como señaló Armando. Comenzamos desde cero. La nueva indicación de que diferentes personajes se trasladen por el espacio como simulando la ciudad. Gabriel y Agustín como Jerry y Rocky pequeños, lanzando rocas a la gente del vecindario. De ahí, la escena de los Niños del Callejón Sin Salida, repartiéndose el botín de la billetera de Rocky grande, y en eso: ¡pausa! Entren por acá y ordénense así, otra vez. Seguimos. La escena del bar, todos en sus mesas, viendo el espectáculo de las Bimbets y la gente a punto de bailar cuando: ¡pausa! Ustedes se mueven acá, el centro para bailar es éste, y ustedes salen de acá. Primera pasada, sin interrupciones eh?

Break. Pasé por Plaza Vea antes de haber venido acá y compré cosas que servirán lo suficiente para mi supervivencia. Mientras algunos degustaban su Bembos o Kentucky, o la comida casera que llevaban en un termo, yo comía esos exquisitos enrollados de pollo o de carne, como de esos que encuentras en los grifos. No sé qué tendrá pero esa salsita blanca es…uff, todo. Ya, seguimos, alisten vamos a practicar lo técnico. ¡Muchachos! ¡Ya de una vez traigan las cosas! Ese era Rodolfo, el ayudante de Armando. ¿Qué, y la lonchera? No acabé, eh.

La segunda pasada fue técnica fue rápida, casi sin ninguna interrupción. La tercera con minúsculos griteríos, pero todo salió casi a la concordancia. Momentos de break, recuerdo a Chiara y yo recordándonos que Dusan Fung estaba acá, que Dusan Fung es todo, que Dusan Fung es un papi y que simplemente me derrito por él (sí, yo había dicho eso), y que justo Dusan había dejado de decorar el letrero de “Frazier’s Bar” para voltear y escuchar lo que acababa de decir. Se rió de una manera que yo entendí como un “Ja ja, bueno”, pero no importó.

Si omito algunos detalles es porque mi memoria no recuerda mucho de lo que pasó entre tiempo y tiempo. Con la pasada final, que salió fenomenal comparada con las demás tres o cuatro pasadas, aplaudimos, suspiramos y sacamos lo que necesitábamos. La utilería se quedaría en el colegio junto con los vestuarios, para evitar olvidos (nadie pensó en la probabilidad de improbables robos). Cada seis o diez minutos venia algún padre furioso u ojeroso a recoger a su pequeño y poco a poco el nivel de energía bajaba conforme se iba un miembro con el cuál hablar, jugar, corretear o pelear.

Quedábamos Hugo, Chiara y yo. La diversión siguió para nosotros. Ustedes lectores intenten recorrer los pasillos oscuros de su colegio a las nueve de la noche. No tengan miedo de llegar al final del pasillo, Hugo estará ahí esperándoles. Hugo ya se iba, Chiara y yo espiábamos los salones del segundo piso. Sacó su Sony Ericsson con cámara, característica que siempre he codiciado en cualquier celular. ¿Una foto? Cómo no. Chik! Mira la foto, sale borrosa. Oh por Dios, ¿sabes lo que esto significa? ¿Qué, moriré en siete días? No, que mi cámara tiene pésima resolución. ¡Jajajajajajajaja! Uy, ahí está mi papá, me voy corriendo. ¡Chau!

Hola hijo, ¿qué tal el ensayo? Estuvo bien, me cago de hambre.